Hola papi:

 Han pasado ya varios años desde la primera vez que vi tus ojos rojos y tu mirada perdida, lo recuerdo muy bien… Primero llegaste a la casa y ni siquiera me reconociste, no me preguntaste ¿cómo me había ido en la escuela?  Así que decidí yo preguntarte a ti ¿cómo te había ido en el trabajo?  Recuerdo que pareció como si me hubieras ignorado o como si lo que te dije lo hubieras escuchado dos minutos después luego de que te lo dijera. Tu respuesta fue rápida “bien”, dijiste sin siquiera mirarme. No sabía si había hecho algo por lo que te habías enfadado o solo tenías un mal día, creí que pasaría rápido y todo volvería a la normalidad. Pasaron dos semanas sin ninguna extraña acción, hasta aquella tarde en la que llegaste temprano del trabajo, de nuevo tus ojos rojos y tu mirada perdida; mamá me dijo que subiera a mi cuarto y permaneciera allí, porque necesitaba hablar algo contigo, hice caso y hasta ahora no sé qué hablaron pero,  después de eso, nuevamente todo parecía marchar normal.

El día de mi noveno cumpleaños mamá decidió hacerme una fiesta, recuerdas? Vinieron mis tías, primos y primas, algunos amigos míos y otros tuyos, había mucha gente y yo estaba muy feliz. Me parece haber entrado en la cocina y haber visto a mi mamá hablando con mi tía Clarisa, mientras se le salía una lágrima la oí decir: “Él no ha sido capaz de dejar ese vicio, ni siquiera por nuestra hija, cada día está más delgado, no es el mismo de antes.” Salí de la cocina y me dirigí a ti y te abracé y sí me di cuenta que estabas muy delgado… Pasaron los días y yo podía notar que la relación de papá y mamá que había antes no era la misma, ahora solo peleaban, no se soportaban el uno al otro, el tiempo pasaba rápido y la situación empeoraba.

Una mañana de domingo mamá dijo que debíamos irnos las dos por unos días y dejar a papá descansar; yo no quería, pero mamá parecía tener razón. Así lo hicimos, ahora viviríamos en una pequeña pieza donde yo estaría sola en las tardes al llegar del colegio esperando a que mamá llegara del trabajo, me sentía muy sola y triste.

Durante varios días hice muchas preguntas a mi mamá de ¿por qué estaba pasando esto?, ¿por qué dejamos solo a papá?; mamá solo decía que “es lo mejor para los dos.”

Luego de vario días te extrañaba mucho papi, entonces le dije a mamá que fuéramos a visitarte a nuestra antigua casa. Al llegar todo era muy diferente, todo estaba oscuro, desorganizado, olía mal y tú ya no eras el mismo; ese color rojo en tus ojos, esa mirada perdida y llena de maldad, la empuñadura de tu mano siempre fuerte como esperando qué podrías golpear, tus dientes amarillos y tu cuerpo muy delgado, ¿dónde está papá? Me preguntaba. Jamás pensé verte así, no tenías el control de tu cuerpo y era como si esa maldad que había en tus ojos recorriera cada centímetro de ti por dentro y te dañara, como si te asfixiara, como si te golpeara y te hiciera olvidar, ¿quién era yo?, ¿quién era mamá?, ¿quién era tu familia?. No entendía por qué cuando te visitábamos estabas cada vez peor, mamá me dijo que ella creía que el cambio había sido para mejorar, pero no!  y que ahora en tu situación no podríamos volver a vivir como familia.

Empecé a crecer muy rápido y me di cuenta de lo que pasaba, cada año que trascurría lo asimilaba un poco más y me llenaba de valor. Eres adicto a la marihuana, pensé. Quise buscar quien nos ayudara, pero nadie se arriesgaba a tener ni siquiera contacto contigo, por miedo a que lo golpearas,  insultaras o maltrataras; pensé que jamás me rendiría al buscarte ayuda, pero quien se rindió fuiste tú. Hoy tengo 17 años y todas estas palabras que no te dije antes te las digo ahora, aquí en tu tumba y las hago eternas en este papel.

Te amo papá.